Infancia y Familia.

08/05/2023

Ana Maeso. Psicóloga Especialista en Clínica. Psicoanalista.

La familia sigue siendo el principal sostén de los vínculos amorosos y afectivos para todo ser humano, lo que le otorga una fuerza muy importante en los primeros años de vida, particularmente. Sin embargo, nos encontramos con padres desorientados, confundidos, sin autoridad sobre sus hijos, delegando sus funciones educativas en otros estamentos como el escolar o incluso a veces la televisión, como si los padres no se autorizasen a sí mismos frente a la labor educativa con los hijos.


Padres que se encuentran con grandes cambios en lo social y educativo ante los que se quedan sin recursos, perplejos, teniendo que echar mano de manuales de crianza y educación que elaboran distintos profesionales, métodos para dormir a los niños, etc.. eso sin descuidar los programas televisivos. Es generalizado que los padres pidan pautas para tratar a sus hijos, y no sólo ellos también otros profesionales que intervienen en su educación, como si todos (padres y profesores) estuvieran desorientados cuando surge una situación de cierta dificultad con un niño, pautas en vez de preguntarse qué le está ocurriendo. 


Enumerando a grandes rasgos, el proceso educativo de los hijos tiene, entre otros factores, la transmisión que hacen los padres de forma consciente e inconsciente  y la influencia de la sociedad en la que se desenvuelven. Estos dos elementos tienen una importancia decisiva.  Desde hace tiempo venimos escuchando el declive de la función paterna, del patriarcado, como marco regulador y ordenador de la vida de los sujetos. Éste que podría tener elementos positivos y negativos está en desaparición tal y como veníamos conociéndole, hay nuevas formas de relación entre hombres y mujeres, propiciados por los cambios de ellas en el lugar que ocupaban en la sociedad, y que no tienen vuelta atrás. Es un hecho constatable, y desde el Psicoanálisis no se trata de ponerse nostálgico y tratar de restaurar lo que parece perdido si no de poder ver y comprender los efectos que lo nuevo tiene sobre los sujetos.  


En el siglo pasado se han ido produciendo una gran cantidad de   cambios en lo familiar, hay una extensa variedad del tipo de familia, pero se sigue manteniendo a pesar de ello, la importancia de la familia conyugal es el modelo que se ha ido sosteniendo a lo largo de la historia, con sus variaciones, pero manteniendo sus aspectos fundamentales de manera más persistente. No se puede decir  que la familia se esté destruyendo, sino  que cambian sus modos de vinculación debido a la influencia de las características de la vida actual, donde los vínculos se vuelven más frágiles, más inestables,  pero la gente que se separa quiere volver a casarse, ahí tenemos a las familias reconstituidas, las parejas de hecho quieren ser reconocidas con los mismos derechos que los matrimonios, los homosexuales reivindican su derecho al matrimonio, hay familias adoptivas, de acogida, o sea que la familia sigue teniendo su lugar, cambia pero no tiende a desaparecer, al menos hasta ahora. Lo que sí es indudable es que ahora hay muchos tipos de familia. Y es también indudable que el lugar que ocupaba la mujer como madre y transmisora de ciertos valores se ha modificado radicalmente.


Por otro lado, en esta sociedad la familia también sufre de los efectos del capitalismo en relación al sujeto y a los afectos, los vínculos. Éstos se vuelven cada vez más inestables, frágiles o líquidos como el  sociólogo  Zygmunt Baumann los denomina. La mayor importancia dada a lo individual, al goce propio, de cada sujeto con los objetos que la sociedad de consumo ofrece, hace que los vínculos se transformen, primando lo individual sobre lo colectivo, hasta hace poco (cuando la crisis ha comenzado a hacer una mella más marcada) importaban más las diferencias personales y privadas que las sociales. Aquí es donde radica un verdadero problema, los sujetos se relacionan casi exclusivamente con estos objetos, puestos a su servicio por el mercado y de manera infinita, y esto va  en contra del vínculo con el otro, que ya no importa tanto. Esto que se sigue manteniendo, en cierto sentido, va camino de modificarse dadas las diferencias radicales que en lo social se van imponiendo nuevamente. 


Por tanto, donde se observa un daño importante es en cómo poder vincularse con el otro, lo que aparece son las nuevas tecnologías, que en realidad dejan al individuo, a los jóvenes, sobre todo, solos frente al otro, sin mediación del otro. Cuántos jóvenes cuentan su angustia y depresión por no encontrar el modo de tener una relación con los iguales o una relación amorosa; cuántos adolescentes  angustiados por su imagen, en función de si se adecúa o no a los modelos circulantes en las redes sociales.  


No podemos negar que hay dos elementos que influyen en el estado de la situación, la influencia de la ciencia y la tecnología en nuestras vidas. Esto posee aspectos muy positivos, indudablemente, pero tiene otros vértices. La ciencia puesta al servicio del capitalismo nos depara una serie de destinos de donde los niños, por ejemplo, son uno de sus principales destinatarios y perjudicados. 


Dada la fragilidad de los vínculos, como decíamos, y la vertiginosa velocidad de la vida actual donde no parece haber tiempo para la escucha del otro, ni tiempo para interesarse acerca de sus cosas, nos encontramos con niños y adolescentes expuestos a un tener que hacer y hacer y, por tanto, frente a  un déficit de palabras. Estas parecen haber perdido ese peso que en otros momentos tenían. El diagnóstico de TDAH está a la orden del día.


Quien trabaja con niños actualmente conoce la gran cantidad de ellos que están medicados, algunos autores hablan de “pandemia”, tal es la gravedad de la situación. El TDAH es una especie de saco donde se meten desde el fracaso escolar a trastornos más graves, pero todos tratados de la misma manera, medicados con la misma sustancia, y donde nadie parece preguntarse qué le pasa a este niño, por qué no puede parar (eso en los casos verdaderos de necesidad de movimiento, que son pocos). 


Las consecuencias de estos diagnósticos erráticos y al servicio del capitalismo científico están por verse, ya que el número de niños medicados con ritalin, concerta, etc.., no para de crecer de forma alarmante, como decíamos anteriormente. Los profesores, otro de los importantes ámbitos afectados, también sufren de esta desorientación frente a estos niños inquietos, que no quieren saber, aprender, que están en número creciente en sus aulas. Los valores que reciben que reciben hoy los niños, o sea los elementos subjetivos que les llegan de su entorno, que pueden ser los recursos que les pueden servir para afrontar situaciones futuras, no se basan en el razonamiento y la reflexión, en la comprensión de sí mismo y del entorno, si no que se trata más bien de “hacer”; pareciera que los valores hoy en día se fundaran en la conducta y en la acción. 


En los adolescentes también nos encontramos los profesionales con este tipo de sintomatología, poca reflexión y sí mucha necesidad de llevar a cabo “actos”, como forma de intentar resolver lo que les ocurre, y, en algunas ocasiones, añadido a ello, el consumo de tóxicos. A veces como forma de calmarse, otras como remedio para enfrentarse con el otro, como forma de salir de la inhibición y el temor a la relación con el otro. 


Podemos decir que hoy en día se constata la existencia de un esfuerzo por silenciar al sujeto humano, que no hable, que no manifieste su subjetividad, y en este sentido, la gran cantidad de sustancias y objetos puestos a su servicio vienen como a taponar lo esencial de un sujeto, que pasa por sus verdaderos deseos, su deseo inconsciente.


Los jóvenes actuales que han crecido con el mal llamado estado del bienestar, con un montón de objetos a su alcance, casi sin tener la sensación de falta, en estos momentos enfrentan una situación compleja. Se han preparado, algunos, muy bien, pero en este país no parece haber mucho lugar para ellos, para realizar su vida y sus proyectos. Un panorama verdaderamente complicado.  


Para terminar, surge la pregunta inevitable, hacía dónde se puede ir. Los niños y los jóvenes, como no puede ser de otra forma, son hijos de su época, y, por tanto, es mejor conocerla, afrontarla, no ponerse nostálgico intentando revivir modelos pasados. La educación de los niños y jóvenes debe apuntar a la construcción de los propios valores, ahora que ya no hay modelos universales, que les permitan poder interactuar de manera creativa y enriquecedora con el mundo y el tiempo que les ha tocado vivir. Esto no supone conformarse con las injusticias que hoy vemos aparecer de nuevo, si no poder relacionarse con todo ello de manera activa para ser sujetos partícipes del momento social y cultural que les pertenece, y de esta forma ir otorgándose un lugar en la sociedad. 

Ana Maeso. Psicóloga Especialista en Clínica. Psicoanalista.

Psicóloga Clínica y Psicoanalista

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